sábado, 28 de noviembre de 2009

Ganas de cambiar

Amo esa sensación que me recorre el cuerpo cuando imagino cómo será todo después de que cambie todas esas cosas que quiero cambiar. En esos momentos me lo creo, me siento invencible, tengo la certeza no sólo de que eso es lo que quiero y de que puedo hacerlo, sino de que esa es la única alternativa posible.
Hay días en los que quiero cambiar , a pesar de que he repetido -y confirmado- cientos de veces que la gente no cambia.
Hay mañanas en las que me levanto pensando en que hoy sí: Hoy sí seré tan impecable como quiero ser. Tan decidida como quiero ser. Tan implacable como quiero ser. Tan constante como quiero ser. Tan perfecta como quiero ser.

Hay mediodías en los que, luego de ver que a mitad de mañana ya perdí el rumbo hacia el cambio, digo que a partir de hoy sí.
Hay noches, como la de hoy, en las que luego de ver que a mitad de la tarde ya perdí el rumbo hacia el cambio, digo que a partir de mañana sí.
Hay noches, como la de hoy, en las que ya no puedo pensar en otra cosa sino en que tengo que hacerlo.

Hay noches, como la de hoy, en las que sigo pensando que la gente no cambia porque no quiere.

Hay noches, como la de hoy, en las que me doy cuenta de que yo no quiero ser como ellos, porque la gente que debe cambiar, y no cambia, me cae muy mal.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Colores de otoño

Siempre he pensado que Dios hizo el mundo en primavera. Pero estoy segura que en otoño se le ocurrieron cosas geniales.



«Todo color es relativo a los colores que le rodean» Eso establecieron los impresionistas en su teoría del contraste cromático. Es decir, que no hay colores cálidos o fríos por definición, sino que esto cambia según los colores que los rodean. Y sé que también son modificados por la temperatura de aquél que los mire.




Naranja, amarillo, ocre, verde, naranja, amarillo, ocre, verde, y otro verde, y un verde distinto a los dos anteriores, y otro verde más. Y otro naranja diferente, y otro ocre, y árboles salpicados de rojos, marrones, tintos y naranjas, que desembocan en brillantes amarillos. Esos son los colores que hacen falta para poder escribir un cuento. Para pintarlos solo hace falta imaginación.








Traigo el alma despeinada de tanto mirar el otoño.

viernes, 23 de octubre de 2009

Hoy Marilyn habla por mí

"I'm selfish, impatient and a little insecure. I make mistakes. I'm out of control and at times hard to handle, but if you can't handle me at my worst, then you sure as hell don't deserve me at my best."- Marilyn Monroe

lunes, 28 de septiembre de 2009

La duda

La duda se ha colado por una ventana que se abrió en ese instante desgraciado, en ese momento que no hacía falta, pero que llegó de todas maneras.


La duda es como una polilla. Se mete en ese clóset que es el alma para no salir jamás. Se va comiendo todo lo que hay allí a pedacitos, sin remordimiento. Minuto a minuto, sin descansar. A la duda no le importa que no tengamos abrigo en el próximo invierno o faldas cortas para el verano. No hay naftalina que la espante, sólo la verdad acaba con ella. El problema es que a veces ese insecticida escasea.

La duda le está dejando la ropa del alma como un colador, y yo aquí me apuro a tejerle un suéter nuevo.

viernes, 28 de agosto de 2009

Lo que me gusta

El flan y la tortilla de mi mamá, y su risa.
Mi papá, de buen humor.
Que sea viernes o saber que al día siguiente lo será.
Las risas de Gaby y Bea.
La sonrisa de Luis Guillermo.
Hablar por teléfono con Erika.
La torta de mantequilla de mi abuela.
La champaña.
El agua del Mañoy.
El olor a hierbabuena en Grou.
Reírme con Bego.

domingo, 23 de agosto de 2009

Bailar como si fuera la última vez

Ella tiene la paradójica estampa de una bailarina de porcelana: sólida y frágil a la vez. Sus piernas son delgadas pero contorneadas y firmes, igual que sus brazos. En esa percha de años cuelga un blusa fucsia y una falda negra. En su rostro, claro y arrugado, se encajan sus ojos, que aunque intuyo claros, no podría precisar. Los he visto pocas veces, porque siempre la veo bailando. Y siempre baila con los ojos cerrados.
Baila con los ojos cerrados y sus zapatos fucsia, como la blusa, mientras se deja llevar por él, que la toma delicadamente pero con pasmosa naturalidad, como si no llevara nada encima. Y desde que empieza la música van por toda la pista, así como flotando, ante la mirada atolondrada de los que nos quedamos sentados tomando un cortado y mordisqueando un choripan.
Es difícil calcularle la edad, pues el número de arrugas es proporcional a la agilidad de esta rubia que gira sobre la pista, y no al revés, como suele ocurrir. O como seguro me ocurrirá a mi, que dudo que con los años vaya ganando en agilidad.
Ella hace resbalar sus pies, los alza, roza el suelo y gira con soltura, mientras le canta al oído a su acompañante, haciéndome pensar si ella alguna vez se ha preguntado si ese será su último baile y si será por eso que lo baila con tal intensidad.
Y cuando los veo bailar cada vez que voy, me alegro, me alegro mucho de que el último tango aún no haya sonado para ellos.
Y me recuerdo a mi misma que tal vez es hora de empezar a bailar cada minuto de mi vida con los ojos cerrados.

domingo, 16 de agosto de 2009

Cosas que me dan vértigo

Comenzar a escribir una entrada en mi blog.
Ir a una reunión en la que se que hay gente que se lleva mal.
Despedirme de la gente que quiero.
Ver de lejos a alguien con quien no me quiero cruzar.
Escuchar las respuestas de las misses a las preguntas del jurado (la pena ajena, en general, me da vértigo).
Iniciar un nuevo proyecto.
Vivir en Caracas.
La felicidad.

martes, 21 de julio de 2009

Presa

Me encanta observar a la gente y sentir cómo me hablan sus gestos, su ropa, su tono de voz... Me cuentan historias sin saberlo, enriquecen mi vida sin sospecharlo.

Recuerdo a las rubias niñas que estaban a mi lado saltando de un lado a otro mientras su mamá intentaba darles su compota de frutas. También recuerdo el señor serio que leía el periódico y a los jovencitos asiáticos que cerraban aún más sus rasgados ojos para poder concentrarse en en el videojuego que los entretenía desde hacía una hora en la sala de espera del aeropuerto. No olvidaré el rostro ilusionado de quienes parecían irse de vacaciones por primera vez.

A ella también la vi, pero fue como si no estuviera allí. Yo sabía que debajo de esa celda de tela que la cubría de la cabeza hasta los pies, había una mujer, pero ante mis ojos, esa cubierta negra la convertía en algo menos que un objeto inanimado. Más historias podía contarme una silla, que ese ser cautivo bajo una burka, oscura como la noche, y como la mente de aquellos que creen que una mujer es una posesión. Como un agujero negro, esa tela absorbía mi mirada y nublaba mi mente. No era posible para mí imaginar nada, intuir nada, porque "la nada" es poco lo que tiene que decir a quienes la rodean.
He visto cientos de veces a mujeres anuladas en el periódico y en la televisión, pero nunca antes había tenido tan cerca esta cruel muestra de opresión. Nunca sabré cómo se siente ella, pero desde ese día un trozo de mi corazón de mujer se siente preso.

domingo, 21 de junio de 2009

Absurdos lamentos

Era tarde y veníamos lamentándonos porque se nos había olvidado pasar por el automercado, pero no podíamos perder tiempo para poder llegar al estacionamiento a guardar el carro. Venía lamentándome porque nada de lo que había en la nevera me apetecía y porque no sabía qué iba a preparar mañana para el almuerzo, mientras David me agarraba la mano y se cambiaba de lado en la acera para que yo no pasara tan cerca de aquel extraño. Caracas nos hace desconfiados, miramos para otro lado, apuramos el paso. Y el extraño, que buscaba algo que comer entre la basura de la panadería volteó al vernos pasar, nos sonrío y sólo nos dijo: buenas noches.

jueves, 18 de junio de 2009

La cieguita

Esta es una cieguita que da más lástima que todas las demás: Es una cieguita que puede ver. ¡Pero está tan ciega la pobre! No es capaz de ver sonrisas, ni gestos amables, ni confianza, ni perdón, ni disculpas, ni buenas intenciones.
Cuentan que un día le cayó, como nos ha pasado a todos alguna vez, una lluvia de piedras. Sólo que en vez de construir con ellas una torre para poder subir y alcanzar las estrellas, decidió cavar en la tierra y hacer un tobogán a lo profundo. Y por allí fue lanzando los tesoros que se iba encontrando en el camino, no para guardarlos, sino para no verlos.
Desde entonces camina a tientas por el tobogán sin poder salir de él, inspirando compasión en los que la ven de lejos, porque tanto dejó de emplear la vista que se le olvidó como usarla.

miércoles, 10 de junio de 2009

En blanco

Hay días en los que es mejor no decir nada.

martes, 26 de mayo de 2009

Mientras llega la amnesia

Qué alivio cuando se puede decir de ciertas cosas "ya no me importa". Sin embargo, cuánto duele mientras se hace cierto.

Cuando una amiga llora desconsolada por lo que ha llegado a su fin, no hay corazón -o agallas- para decirle que no importa cuán buena haya sido esa historia, un día revisará algunos de sus capítulos, y al reeleerlos se sentirá como anestesiada. Adormecida. Como ese pedacito de piel que el buen amante sabe que no debe tocar aún por segunda vez.

Una sabe que llegará el momento en el que ya no recuerde ese aniversario. Que llegará la mañana en la que el primer pensamiento no sea el mismo de los últimos amaneceres. Que tropezará con la hora en la que descubrirá que no ha llorado en la ducha, ni en el carro, ni escondida tras el monitor. Y que una noche antes de dormir se sorprenderá con el cachete en la almohada de que ni un sólo detalle del día le trajo algún recuerdo. Una sabe que un día de estos querrá evocar su olor y no será capaz.

Una tiene la certeza de que llegará la noche en la que hablando de todo lo que ya hemos hablando alguna vez, ella por fin dirá con franqueza y no con el disfraz del orgullo, que ya no le importa. Y lo dirá de veras. Una sabe que la amnesia llegará.

Una sabe todo eso y más, pero no sirve de nada.

lunes, 25 de mayo de 2009

Diálogo de sordos

Y de repente entraron todos al vagón. Dos, tres, cuatro, cinco, seis, creo que siete. Unos discutiendo, otros jugando entre sí, todos con los ojos muy abiertos. Las cabezas se movían sin descanso, lo importante era verse de frente.
Al mismo tiempo, la manos de unos tecleando sobre los hombros de otros iniciaban nuevas conversaciones.
A través del reflejo de las ventanas del metro el de la camisa naranja intentaba ponerse al tanto, pues aunque venía con ellos parecía haberse quedado atrás en el tema. Igual que yo, que aunque no andaba con ellos y por supuesto nada de lo que se dijeran era de mi incumbencia, estaba sentada allí en el medio, muerta de curiosidad. Ese vicio que nos lleva a algunos, así sea en el caos de un transporte público, a querer saber algo de la vida de otros, a llevarnos un cuadro -o dos si es posible- de la película de unos completos desconocidos.
Todos estaban pendientes de lo que todos contaban, y yo allí, en el medio queriendo entender porqué se agitaban, reían, asentían o negaban, seguía sin enterarme de nada. Sus manos se movían a una velocidad vertiginosa, con la misma aceleración que aumentaba mi deseo de saber.

Para colmo, el de la camisa naranja sonreía con la satisfacción de quien agarra el hilo y seguía descaradamente la conversación con la mirada.

Las puertas abiertas en la estación Plaza Venezuela marcaban el fin del recorrido para algunos, que se despedían del resto con sonrisas en las manos. Ni una palabra salió de sus bocas, pero yo quedé aturdida. Y por supuesto, sin enterarme de nada.

sábado, 23 de mayo de 2009

Mea culpa a las cuatro de la tarde

Escribir solía ser para mí la mejor manera de gritar. Porque las mujeres, aunque sea por dentro, gritamos de dolor, de alegría y de furia, todo con la misma intensidad.
De pequeña me encantaba escribir a cualquier hora, pero sobre todo en las noches. Adoro la calidez del sol y la energía que me dan los días azules, por eso precisamente la noche me sirve de fondo para concentrarme en hacer lo que más me gusta. Las estrellas no me distraen, y menos en esta puta ciudad donde es casi imposible verlas.
Escribía con lápiz y papel. Escribía también poemas, que nunca sabré si realmente fueron tan terribles como yo creía porque ese día me deshice de todos. Y las musas debieron maldecirme (o tal vez hicieron una fiesta para celebrar mi decisión, quién sabe) porque desde ese entonces, nunca más escribí en verso.
Escribir era para mí relajarme, desahogarme, y también una manera de reflexionar sobre mi vida. Pensar cada frase me hacía situarme desde otra perspectiva frente a aquello que me inquietaba.
Tanto me gusta escribir que estudié periodismo. Y tuve tanto que hacer entre la universidad y el trabajo que nunca más tuve tiempo de sentarme otra vez con el lápiz y el papel.
Ahora es al trabajo y a formar un hogar a los que acuso de robarme el tiempo. Lo que me pregunto hoy es cómo puedo darle forma a una vida si no hago con frecuencia lo que más me gusta.
Culpable. Culpable me confieso y sin derecho a otra muestra de arrepentimiento que no sea empezar desde hoy.
Aquí voy. No pensaré en todas las palabras que ya no me pertenecen porque las pasé de largo, les salté por encima o les di un pisotón. Tengo que pensar en palabras nuevas, sacarles el papel celofán con mucho cuidado, percibir su olor de estreno y colocarlas con delicadeza en donde mejor pueda.
También tengo que quitarle el polvo a las que guardo en el maletero de las cosas que me encantan pero que siempre dejo para después.
Aquí voy. Qué vértigo.