martes, 21 de julio de 2009

Presa

Me encanta observar a la gente y sentir cómo me hablan sus gestos, su ropa, su tono de voz... Me cuentan historias sin saberlo, enriquecen mi vida sin sospecharlo.

Recuerdo a las rubias niñas que estaban a mi lado saltando de un lado a otro mientras su mamá intentaba darles su compota de frutas. También recuerdo el señor serio que leía el periódico y a los jovencitos asiáticos que cerraban aún más sus rasgados ojos para poder concentrarse en en el videojuego que los entretenía desde hacía una hora en la sala de espera del aeropuerto. No olvidaré el rostro ilusionado de quienes parecían irse de vacaciones por primera vez.

A ella también la vi, pero fue como si no estuviera allí. Yo sabía que debajo de esa celda de tela que la cubría de la cabeza hasta los pies, había una mujer, pero ante mis ojos, esa cubierta negra la convertía en algo menos que un objeto inanimado. Más historias podía contarme una silla, que ese ser cautivo bajo una burka, oscura como la noche, y como la mente de aquellos que creen que una mujer es una posesión. Como un agujero negro, esa tela absorbía mi mirada y nublaba mi mente. No era posible para mí imaginar nada, intuir nada, porque "la nada" es poco lo que tiene que decir a quienes la rodean.
He visto cientos de veces a mujeres anuladas en el periódico y en la televisión, pero nunca antes había tenido tan cerca esta cruel muestra de opresión. Nunca sabré cómo se siente ella, pero desde ese día un trozo de mi corazón de mujer se siente preso.