El flan y la tortilla de mi mamá, y su risa.
Mi papá, de buen humor.
Que sea viernes o saber que al día siguiente lo será.
Las risas de Gaby y Bea.
La sonrisa de Luis Guillermo.
Hablar por teléfono con Erika.
La torta de mantequilla de mi abuela.
La champaña.
El agua del Mañoy.
El olor a hierbabuena en Grou.
Reírme con Bego.
Las palabras siempre están disponibles. No necesitan baterías ni buena luz
viernes, 28 de agosto de 2009
domingo, 23 de agosto de 2009
Bailar como si fuera la última vez
Ella tiene la paradójica estampa de una bailarina de porcelana: sólida y frágil a la vez. Sus piernas son delgadas pero contorneadas y firmes, igual que sus brazos. En esa percha de años cuelga un blusa fucsia y una falda negra. En su rostro, claro y arrugado, se encajan sus ojos, que aunque intuyo claros, no podría precisar. Los he visto pocas veces, porque siempre la veo bailando. Y siempre baila con los ojos cerrados.
Baila con los ojos cerrados y sus zapatos fucsia, como la blusa, mientras se deja llevar por él, que la toma delicadamente pero con pasmosa naturalidad, como si no llevara nada encima. Y desde que empieza la música van por toda la pista, así como flotando, ante la mirada atolondrada de los que nos quedamos sentados tomando un cortado y mordisqueando un choripan.
Es difícil calcularle la edad, pues el número de arrugas es proporcional a la agilidad de esta rubia que gira sobre la pista, y no al revés, como suele ocurrir. O como seguro me ocurrirá a mi, que dudo que con los años vaya ganando en agilidad.
Ella hace resbalar sus pies, los alza, roza el suelo y gira con soltura, mientras le canta al oído a su acompañante, haciéndome pensar si ella alguna vez se ha preguntado si ese será su último baile y si será por eso que lo baila con tal intensidad.
Y cuando los veo bailar cada vez que voy, me alegro, me alegro mucho de que el último tango aún no haya sonado para ellos.
Y me recuerdo a mi misma que tal vez es hora de empezar a bailar cada minuto de mi vida con los ojos cerrados.
Baila con los ojos cerrados y sus zapatos fucsia, como la blusa, mientras se deja llevar por él, que la toma delicadamente pero con pasmosa naturalidad, como si no llevara nada encima. Y desde que empieza la música van por toda la pista, así como flotando, ante la mirada atolondrada de los que nos quedamos sentados tomando un cortado y mordisqueando un choripan.
Es difícil calcularle la edad, pues el número de arrugas es proporcional a la agilidad de esta rubia que gira sobre la pista, y no al revés, como suele ocurrir. O como seguro me ocurrirá a mi, que dudo que con los años vaya ganando en agilidad.
Ella hace resbalar sus pies, los alza, roza el suelo y gira con soltura, mientras le canta al oído a su acompañante, haciéndome pensar si ella alguna vez se ha preguntado si ese será su último baile y si será por eso que lo baila con tal intensidad.
Y cuando los veo bailar cada vez que voy, me alegro, me alegro mucho de que el último tango aún no haya sonado para ellos.
Y me recuerdo a mi misma que tal vez es hora de empezar a bailar cada minuto de mi vida con los ojos cerrados.
domingo, 16 de agosto de 2009
Cosas que me dan vértigo
Comenzar a escribir una entrada en mi blog.
Ir a una reunión en la que se que hay gente que se lleva mal.
Despedirme de la gente que quiero.
Ver de lejos a alguien con quien no me quiero cruzar.
Escuchar las respuestas de las misses a las preguntas del jurado (la pena ajena, en general, me da vértigo).
Iniciar un nuevo proyecto.
Vivir en Caracas.
La felicidad.
Ir a una reunión en la que se que hay gente que se lleva mal.
Despedirme de la gente que quiero.
Ver de lejos a alguien con quien no me quiero cruzar.
Escuchar las respuestas de las misses a las preguntas del jurado (la pena ajena, en general, me da vértigo).
Iniciar un nuevo proyecto.
Vivir en Caracas.
La felicidad.
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