No estaba gris, no llovía. El cielo de la mañana que Susana decidió salir a volar estaba totalmente despejado. Ni una nube se atrevía a empañar ese azul maravilloso en el que el sol brillaba con orgullo.
Estoy segura, aún para mi tristeza por no volver a escucharla reír –sólo en mi corazón-, de que Dios celebraba que Susy se marchaba a su lado.
Vuela Susana, vuela. Ya no hay dolor, ya no hay amarres.
Papá y mamá te dieron la bendición.
Quienes te aman ya te abrazaron y besaron tu frente.
Tus amigos te cubrieron de flores.
Buen viaje Susana. Vuela, que el cielo te está esperando.