"Un hombre preguntó a un sabio si debía quedarse
con su esposa o su amante…el sabio tomó dos
flores en su mano: una rosa y un cactus…"
Resulta que las esposas son cactus: feas, con espinas y, muy de vez en cuando, capaces de dar una flor hermosa. Eso sí: fieles, generosas y confiables. Incondicionales. Entonces las esposas que son fieles y están allí para lo que venga, no es porque tomaron la decisión de hacerlo, porque saben cumplir su palabra y porque son íntegras, sino porque no les queda más remedio. Porque son cactus, a los que nadie mira...
En cambio, si fueran coquetas rosas, la vida sería distinta
para ellas. Si fueran rosas podrían estar chuleándose a un
tipo que las trate como reinas -porque aparentemente son las rosas las únicas
que merecen ser tratadas así, no las mujeres de verdad- pero les tocó ser cactus,
y se tienen que conformar con lo que son. Y hacer su papel.
La moraleja de este triste intento de honrar a las esposas
parece ser que ellos pueden disfrutar de las rosas pero que deben saber que lo
más conveniente es quedarse con el cactus, con el que a lo mejor no disfrutan
tanto, pero es más rentable a la larga.
Después de todo, cuando a ellos les importe más la buena compañía
que bajarse el cierre del pantalón, el cactus sí se quedará allí.
Ese es el consejo del sabio: consuélate con el cactus, que
es más útil para ti, (va a llegar un momento en que las rosas no se querrán ir
contigo).
Excelente moraleja.
Pues ni cactus ni rosa. Soy una mujer.
La novedad (principal característica de cualquier amante),
la belleza o la juventud no son méritos. En cambio, la fidelidad, la
generosidad y la integridad son virtudes que se cultivan, que son fruto de
decisiones de vida y no de la debilidad, el azar o la naturaleza.
Estoy harta de este mundo en el que todo parece funcionar al
revés. Empezando porque hay que estar bien confundido para comparar a una mujer
con cactus.
1 comentario:
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