domingo, 23 de agosto de 2009

Bailar como si fuera la última vez

Ella tiene la paradójica estampa de una bailarina de porcelana: sólida y frágil a la vez. Sus piernas son delgadas pero contorneadas y firmes, igual que sus brazos. En esa percha de años cuelga un blusa fucsia y una falda negra. En su rostro, claro y arrugado, se encajan sus ojos, que aunque intuyo claros, no podría precisar. Los he visto pocas veces, porque siempre la veo bailando. Y siempre baila con los ojos cerrados.
Baila con los ojos cerrados y sus zapatos fucsia, como la blusa, mientras se deja llevar por él, que la toma delicadamente pero con pasmosa naturalidad, como si no llevara nada encima. Y desde que empieza la música van por toda la pista, así como flotando, ante la mirada atolondrada de los que nos quedamos sentados tomando un cortado y mordisqueando un choripan.
Es difícil calcularle la edad, pues el número de arrugas es proporcional a la agilidad de esta rubia que gira sobre la pista, y no al revés, como suele ocurrir. O como seguro me ocurrirá a mi, que dudo que con los años vaya ganando en agilidad.
Ella hace resbalar sus pies, los alza, roza el suelo y gira con soltura, mientras le canta al oído a su acompañante, haciéndome pensar si ella alguna vez se ha preguntado si ese será su último baile y si será por eso que lo baila con tal intensidad.
Y cuando los veo bailar cada vez que voy, me alegro, me alegro mucho de que el último tango aún no haya sonado para ellos.
Y me recuerdo a mi misma que tal vez es hora de empezar a bailar cada minuto de mi vida con los ojos cerrados.

1 comentario:

Terapia de piso dijo...

Como bailar con los ojos cerrados y sin música.

Saludos, A.

José Roberto Coppola