domingo, 21 de junio de 2009

Absurdos lamentos

Era tarde y veníamos lamentándonos porque se nos había olvidado pasar por el automercado, pero no podíamos perder tiempo para poder llegar al estacionamiento a guardar el carro. Venía lamentándome porque nada de lo que había en la nevera me apetecía y porque no sabía qué iba a preparar mañana para el almuerzo, mientras David me agarraba la mano y se cambiaba de lado en la acera para que yo no pasara tan cerca de aquel extraño. Caracas nos hace desconfiados, miramos para otro lado, apuramos el paso. Y el extraño, que buscaba algo que comer entre la basura de la panadería volteó al vernos pasar, nos sonrío y sólo nos dijo: buenas noches.

1 comentario:

Dakmar Hernández dijo...

Hay personajes recurrentes en las mismas esquinas.Algunos son temibles, otros son amables, hasta los hay difusos, borrosos.
Cuando ya no están, no puedo evitar sentir cierta desazón... hubo un tiempo en que sin pretenderlo conocía los detrás de cámara de algunas de estas historias, no me eran indiferentes...
Los finales siempre son abiertos: mientras tanto, cambio de lugar con Sebastián para que no lo asuste un hombre pequeño que se sienta a final de la tarde en las jardineras del Altamira suite y que se conoce en la cuadra con el nombre increíble de "Reverón".
Me encanta leerte, Ángela.
Beso,